P l a z a de A l m a s
Por Nicolás Rojas I.
Algunos rayos de luz acarician tímidamente a las personas que ocupan los asientos de la remodelada plaza. Jóvenes, cesantes, ancianos, peruanos, señoras con bolsas que se han detenido a descansar antes de seguir el vitrineo. Frente a la catedral se alza un enorme árbol de pascua, aún lo están instalando, pero ya se pueden ver las pelotitas rojas con Coca-Cola como único texto. Un pino nevado en verano, en el centro de la depresión intermedia. Un pino sintético auspiciado por la poderosa trasnacional de bebidas. Suenan un par de bocinazos, es casi mediodía y un furgón de Carabineros permanece estático frente al correo. Los uniformados analizan cuidadosamente el entorno. Los casi folclóricos lanzas están dispuestos a actuar preferentemente ante los descuidados turistas “gringos” que fotografían con precisión y asombro la realidad tercermundista: Galerías llenas de oscuros cafés con piernas -y algo más- , pintores instalados en la calle, peruanos asilados en la misma cuadra donde vivió el conservador Diego Portales, obesos humoristas ex drogadictos, hombres mutilados semi desnudos pidiendo limosna afuera de la catedral. De un instante a otro las miradas se orientan hacia las torres del principal templo capitalino, las campanas entonan la canción de la alegría, ¿será un casete o habrá alguien tocando las campanas?
De seguro hacia 1541 no habría canción de la alegría por varios motivos. El primero de ellos es que la composición se ubica un par de siglos más tarde, y el otro es que cuando Pedro de Valdivia y sus secuaces llegaron a este lugar no existía nada que se asemejara a la realidad hispana. Una de las primeras órdenes del conquistador fue levantar el árbol de la justicia (donde se amarraba a los delincuentes, indígenas y negros condenados a penas de azotes).
Y es que la “nueva Plaza de Armas” ha sido sujeto de diversas críticas. El estilo de plaza provincial quedó en el pasado, ahora el kilómetro cero de la capital cuenta con una explanada que une el paseo Ahumada con Puente. El nombre de este último se debe a su cercanía con el antiguo Puente de Calicanto (en el que se usaron más de quinientas mil claras de huevo para unir la piedra y el ladrillo).
Siguiendo las campanas es momento de entrar a la catedral, una apoteósica construcción que data de 1830. Serán unas cien personas las que siguen el monótono Ave María. Otras cien recorriendo los rincones del edificio. De todos los santos los chilenos son los que parecen más “buena onda”, Alberto Hurtado sonríe y extiende sus brazos. Detrás de la virgen María – y su aureola hecha de ampolletas de bajo voltaje - un pequeño cartel hecho a mano advierte: “POR SU SEGURIDAD ESTA IGLESIA CATEDRAL CUENTA CON CIRCUITO CERRADO DE TV”. La globalización, al igual que Dios, está en todas partes. En el altar de San Pedro, pasa casi inadvertido un travieso ángel pateando el trasero desnudo de un colega. Otro consejo: “SEA RESPETUOSO, NO ESCRIBA EN LOS ALTARES-PAREDES. HACERLO ES UNA SEÑAL DE PÉSIMA EDUCACIÓN”. Tras el altar principal se esconde un gran pesebre de madera, encerrado en rejas de fierro forjado. Cientos de turistas europeos miran con desinterés al entusiasmado guía turístico. Mal que mal están en el pirateo mismo de sus templos. A un lado de las puertas de acceso hay manos de mármol que, al tocarlas, sueltan un suave chorro agua bendita. Al salir hay un mundo distinto, el popular “turrón” cuenta chistes rodeado de escolares. En los alrededores de la plaza de armas hay aproximadamente 200 arrestos diarios, sin árbol de la justicia.
Historia urbana
La ciudad fue bautizada como Santiago del Nuevo Extremo en recuerdo del apóstol Santiago, patrono de España, y de la región de Extremadura (de donde provenía Pedro de Valdivia).
En los tiempos de la Colonia, en la Plaza de Armas, se realizaban corridas de toros, ejercicios de compañías a caballo, y mercados de vendedores ambulantes que ya preocupaban a las autoridades del Cabildo en 1613.
Plaza de Almas de Santiago
El rostro humano de la plaza, a más de 400 años de su fundación, parece plasmarse de la misma forma que en sus orígenes. Tiene algo de mercado, de imponentes instituciones, de centro urbano, de tintes de arrogancia racialmente mestiza.
Según Óscar Meza, pintor de la plaza hace 22 años, este lugar es “un punto de encuentro, el centro de la ciudad (…) Yo creo que la Plaza de Armas desde los tiempos de la colonia, siempre ha sido lo mismo. Es la misma gente, siempre se comportan igual”.
“No es la Plaza de Armas de antes, aquí se venía a sentar gente Chic, era un lugar ideal para conversar donde no había bulla. Hoy no, hoy está muy popular, la prefiero como antes” cuenta con tranquilidad la señora Elba quien, mientras contempla las palomas, saca a relucir con orgullo sus 80 años de vida.
Cercano a la pileta central está, hace 20 años, Luis Maldonado. Dice que heredó la tradición de su familia, con su cámara de cajón que, aunque el lector cebrino no lo crea, aún funciona: “La plaza es un lugar de trabajo. Aunque el día domingo ya no se puede estar, mucha bulla. Antes tenía más lugares para fotografiar a la gente, ahora no hay nada dónde tomar. Y cada vez es menos lo de los caballos, el caballo ha quedado en el pasado. Si coloco el caballo y coloco al Barney más allá todos los niños se van a tomar una foto donde el Barney, así se va a morir la historia”. Hoy por hoy el negocio de las fotografías vive una crítica situación, y Luis piensa seriamente cambiar de rubro: “Ayer me fui con 3 lucas, estoy lleno de deudas” argumenta con impotencia. Su voz se diluye ante el frenético discurso de una mujer evangélica. Es baja, viste formalmente, su pelo teñido rubio y la Biblia en la mano parecen ser las características más destacables. “Todos los que pasan por ahí (apuntando inquisidoramente al paseo Ahumada) están muertos, porque cuando venga nuestro señor todos los que no crean, morirán”. Llega una pareja de peruanos y Luis acude a fotografiarlos. “Un minuto de suerte”, confiesa contento antes de partir.
Los relojes marcan las 13.00 horas. “Estoy en colación” deben pensar cientos de oficinistas que salen raudos a recorrer los paseos del centro buscando restaurantes baratos de fast-food. "Son como hormiguitas" dice un anciano pintor. La historia es cíclica: los fusiles han desaparecido, los indígenas también. Hoy la lucha es la misma, la subsistencia en el subdesarrollo.
Bibliocebra
SANTIAGO calles viejas de Sady Zañartu (1934, Ed. Nascimento) es un interesante libro que recoge los orígenes de los nombres de las calles de la ciudad. Tras leer estas páginas el lector se encontrará con apasionantes historias que ayudarán a reconstruir nuestro olvidado pasado urbano.
Luis Maldonado, fotógrafo
Plaza de Armas de Santiago
Fotografía normal
(Entrega durante el día)
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Fotografía en blanco y negro con máquina cajón (minutera)
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