lunes, 26 de noviembre de 2007




Artista urbano:

ESCENARIO SOBRE RUEDAS


Por Andrea Cortés Saavedra


Esperando que este ratito de música sea de su agrado, le traiga armonía y distracción en su viaje”. Estas son las palabras que se oyen de un trovador al interior de una micro con una multitud a veces displicente, otras veces atentas y otras con una gran cuota de respeto y emoción.

Carlos Cáceres canta, muestra el arte de la trova y el neofolcklor. Espera que la micro se detenga, muestra su guitarra al conductor, éste asiente con un movimiento de cabeza y Carlos sube; se sitúa en el centro de los viajeros, describe su oficio y comienza a cantar. Muchos lo observan y escuchan detenidamente, otros continúan pendientes de sus lecturas o de la música propia que llevan consigo.

Puede que llame la atención su apariencia, 35 años de vida poco notorios, su aspecto revela una tendencia hippie: jeans claros y cortos; pelo castaño claro y largo – hasta la cintura- tomado con un elástico negro y un morral en el que depositaría las monedas que le darán los oyentes.

Dispuesto en el centro de la micro, con la ventana a sus espaldas, con la guitarra bien afirmada y con un semblante concentrado da paso a su segunda canción. Mucha gente mayor le sigue la letra y canta para sus adentros, así bajito y absorta en un recuerdo antiguo que – quizá- la misma canción evoca.

Carlos finaliza. Entrega el nombre de los temas cantados y de sus respectivos intérpretes. Llega el momento de la aportación voluntaria, es su primer viaje en el día (15:34 horas), ya que hoy ha salido tarde. Su otro trabajo impide que se dedique por completo al canto popular, su labor en el taller de mecánica obliga a que sean menos horas en las micros, ya no cómo en el principio, cuando tenía 18 años y recién había comenzado a subirse a las micros y cantar. Agradece la atención, manifiesta la alegría de entregar “ese ratito de trova y canciones del ayer” y sube el escalón para ir en busca de alguna cooperación. Se despide, espera la parada y se marcha.

Cobijado del sol vespertino en el techo del paradero, cuenta lo recaudado. Entre sus dedos se perciben escasas cuatro monedas de cien pesos. Él lo confirma, ese horario no es de los más fructíferos. Cuenta que en los mejores viajes logra reunir alrededor de los dos mil pesos y que ocurre cerca del anochecer o cuando las micros se encuentran “platiaditas”, es decir, con todos sus asientos ocupados y con otras pocas personas de pie, cosa que nadie se cubra con otros y así accedan a entregar alguna moneda.


212,104,102,106 y 108; son las líneas que recorren Puente Alto, La Florida, Macul, Nuñoa e incluso unas llegan hasta Providencia, encargándose de ser los sitios que forman parte del itinerario laboral de Carlos. Él permanece en ellos no más de diez minutos, cantando dos o tres canciones, dependiendo
de la duración de cada una.

A lo lejos se divisa un bus verde con blanco. Es hora de continuar la travesía por las avenidas de Santiago. El mismo ejercicio una y otra vez. Muchos rostros observados; una que otra felicitación al cantante por su linda voz y sus gratas canciones; un sorprendente saludo de un matrimonio de abuelos que escuchaban el canto dentro del jardín de su casa y que lograron percibir la cantata gracias a la parada del bus; y unos cuantos aplausos de -generalmente- adultos mayores que vibran con algún tema interpretado.

Así se halla en el paradero que hace trasbordo con el Metro en la estación Macul, sitio donde siempre los artistas hacen escala para cambiar de micro. Por eso suele ser lugar para el encuentro entre muchos cantantes con algunos vendedores ambulantes y con algún desempleado que asciende en el transporte para contar la injusticia de su despido y pedir algún aporte monetario.

Es ahí donde se logran percibir esos códigos que mantienen y manejan entre ellos. Conocemos que respetan turnos por orden de llegada en la espera de la siguiente micro. Sabemos, también, que hay momentos en que “hacen la mesa”, o sea se detienen en su ruta y le cantan a las personas que comen en algún restaurante de los sectores de Irarrázabal o Plaza Nuñoa. Y nos percatamos de las conversaciones sobre la “manga” de la micro anterior, es decir, de cuánto se recaudó con los pasajeros.


Así transcurren alrededor de tres horas y en ellas muchos cambios de líneas – 16 micros- y esperas en los paraderos. Carlos toma su credencial adquirida en marzo para la nueva organización que traería el naciente plan de transportes, la muestra al conductor que se detiene en búsqueda de pasajeros, asciende y detrás de él se cierran las puertas. Se oye un rasgueo de las cuerdas de su guitarra y la letra de Soy un corazón tendido al sol, de Víctor Manuel. Así la micro se marcha y en el aire quedan estas palabras cantadas:
Aunque soy un pobre diablo se despierta el día y echo a andar... invencible de moral, qué difícil es buscar la paz.

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