domingo, 27 de julio de 2008

Club Hípico de Santiago: Por una cabeza





Por Nicolás Rojas Inostroza

Es viernes por la tarde y Santiago de Chile está cubierto de nubes. Lo que queda de las calles empedradas de Avenida Blanco Encalada parece ser una deslavada copia de alguna capital europea. Un gran portón de fierro forjado da la bienvenida al Club Hípico de Santiago. Cientos de automóviles están uniformemente estacionados frente a las tribunas principales, un letrero advierte: “EXCLUSIVO ACCIONISTAS”.

Un verde sendero conduce a la entrada principal del club, en las afueras de otro gran pórtico contrasta la destartalada mesita, sobre la cual una radio a pilas transmite “El chacotero sentimental”, con sonido monofónico. La señora Juana -que lleva treinta años en este lugar - vende confites y programas de las carreras: “trabajo bien y eso me da valor”, dice nerviosa. Un par de hombres le compran libros, la inversión asciende a $900 pesos, information is power. Para la comerciante, los caballos son “el vicio total”. Aunque cuando los jinetes le dan “una clave”, ella juega. Su nieto es uno de ellos, pero está hospitalizado, se cayó de un caballo hace un par de semanas.

La épica de la hípica

En la entrada de socios hay un par de guardias conversando, un hombre con chaqueta de gamuza los saluda con un gesto e ingresa al edificio. Los caballeros y refinadas señoras del país se dieron cita en este lugar desde 1870. Un imponente edificio de cristal y madera cobijó la vida social de la ciudad, hasta que 22 años más tarde un voraz incendio se encargara de destruirlo. Las tribunas se reconstruyeron y se encargó el nuevo recinto al arquitecto Josué Smith del Solar. Chile no sólo tiene la copia feliz del Edén. El Club Hípico de Santiago está hecho a imagen y semejanza del hipódromo francés de Longchamp.

Los años pasaron y el Barrio República pasó de ser la cuna de la aristocracia de principios de siglo a centro universitario post gobierno militar. El barrio del club se volvió conflictivo: mucha bohemia, cafés con piernas y boites. Un barrio lleno de historias, prostitución y hechos de sangre. Eso es parte del pasado: la mala locomoción, las sucursales de apuesta y las clausuras realizadas por la municipalidad han desolado el entorno del reducto hípico.

En la inglesa pérgola donde desfilan los caballos próximos a correr, hay una desmotivada mujer que los enfoca una antigua cámara.

De pronto aparece un hombre con rostro reconocible, viste una chaqueta cuadrillé y está acompañado de cinco caballeros. Es el diputado Alberto Cardemil y camina sonriente. Tras su breve irrupción, vuelve al edificio, al piso de los socios y accionistas. “¡Puros viejos pedófilos!”, se escucha a lo lejos.

“En el Hipódromo no he visto nunca un ministro, ni un político ni nada”, dice pensativo Jaime Reyes. Observa el desfile de los animales, al igual que hace casi cincuenta años. Su vida ha estado vinculada a los caballos: de niño vivía frente al hipódromo, después cuidó autos para ir a ver las carreras e incluso llegó a tener “unos caballitos”. El tiempo no pasa en vano y afirma enfático que “el vicioso es el mismo”, ya sea aquí o en el hipódromo.

Jaime es gordo y viste un polar blanco, tiene lentes y canosos bigotes. La mala y la buena suerte han estado presentes en sus campañas, dice antes de apuntar y mencionar a una decena de personajes que pasan y miran con extrañeza. A su lado hay un introvertido joven con pelo largo: “éste está en pañales recién”, dice riendo. “Yo soy hípico inteligente, no tonto… Tengo cualquier amigo que yo los he visto ganar 800 lucas y después en la carrera 12 andan pidiendo 10 lucas. Ya, vamos a ir a jugar ahora”, dice alejándose de prisa.

De puerta en puerta

Tratar de entrar al afrancesado edificio del club es imposible. “Tendría que venir en días de semana, hoy sólo socios y accionistas”, dice con tranquilidad el portero.

Su lugar de trabajo es una pequeña reja de fierro, que abre a los socios y sus invitados, lleva 18 años custodiando lo que mucho de los hípicos jamás conocerán. Dice que en el club no hay clasismo, sino que es un lugar donde cada persona tiene su lugar. El sector de los 400 metros ubicado más hacia el sur es ejemplo de ello: “ahí viene gente como los feriantes, tiene sus espacios para hacer asados y pic-nic, para pasarlo bien”.

En la entrada central está, hace 11 años, Julio Carreño quien tiene claro que en el club “más se pierde que se gana”. Viste de azul marino, a excepción de sus guantes de lana. El inspector Carreño conoce el ambiente, y sabe que la gente que datea recibe “sus monedas” por parte de los beneficiados en la tabla. Cuenta también que hace como 40 años, por un noble potrillo que justo en la raya se aflojó al llegar, un hípico se ahorcó en el edificio tras perderlo todo.

“Allá arriba” - apunta con el dedo hacia la torre - “esa gente sí que gana”. Un anciano vestido con terno lo saluda e ingresa con un botellón de vino mal envuelto. Seguramente acompañaría el brebaje con uno de los panes de “no es potito, es pernil” que venden a la entrada de la pista. Desde ahí se divisan alrededor de 15 edificios con “vista al parque” y a las 80 hectáreas de áreas verdes que rodean el club.

Se preparan

La carrera 10 de la jornada está en curso y Edén Luz Herrera está vestida con su delantal blanco. Partió vendiendo confites en el club a los once años y, treinta y nueve inviernos después, ya tiene su carrito. “Yo conozco un casero que tenía botillería, auto, carnicería. Y ahora no tiene nada, todo, todo, todo lo perdió en las carreras”. Pero Edén no es tan negativa: “También conozco hartos amigos que dicen que gracias al Club Hípico se han comprado una casita, una camioneta”, cuenta sonriente. De los socios y accionistas no sabe mucho: “La gente del quinto piso no baja para acá abajo, si bajan, bajan poquito y después ya vuelven a subir”. Tras su sitio de trabajo están las tribunas, donde cientos de personas observan las carreras por las pantallas de plasma que cuelgan de las cornisas.

Una pareja observa el desfile de caballos en la pérgola, de fondo se escuchan unas trompetas que salen de la torre emulando alguna situación épica, no hípica.

En la memoria colectiva del club se mantiene la historia de un hombre que sacó una trifecta millonaria y la impresión vino acompañada de un infarto al corazón, que se encargó de matar al sorprendido hípico.

“En el club nos conocemos casi todos, en el hipódromo llega de todo”, exclama Georgina Villaseca. La aficionada mujer cuenta que un caballo puede costar entre doscientos mil pesos hasta veinte millones, dependiendo del stud.

La próxima carrera está por partir, un carro de de Nuts for Nuts tienta a los apostadores con olor a maní confitado recién tostado. El hall de apuestas está lleno de hombres que miran atónitos los televisores que proyectan imágenes de la carrera pasada, en los pilares centrales hay tres grandes estufas que concentran hípicos. Al avanzar está la cancha, un espacio abierto que culmina con una barrera: el lugar más próximo a la carrera. Un par de niños juegan con una pelota de goma, sobre el verde pasto, bajo el cielo gris.

Caballos de fierro

“Ya va a empezar ya”, dice una señora vestida entera de polar con el itinerario de la jornada en mano. Arriba, desde el calefaccionado quinto piso miran por un vidrio los socios y accionistas.

“Se preparan… Partieron”, dice un locutor con voz grave. “¡Dale hueón ooh!”, grita un hombre desde la muchedumbre. Son 1.200 metros de catarsis pura. “Tierra derecha”, irrumpe nuevamente la voz desde los parlantes, mientras se siente el ascendente galope. Clímax: comienza el chasqueo de dedos, los gritos, las manos se agitan de un lado a otro, las pupilas se dilatan. Los hípicos profesionales sacan sus binoculares. Momento preciso para cerrar los ojos y sentirse en alguna batalla del coliseo romano. La premisa es la misma: pan y circo.

El minuto transcurre fugazmente y los caballos llegan a la línea de meta. En las gradas cientos de programas son doblados, cientos de lápices Bic se guardan en las camisas, cientos de hípicos marchan a reconciliarse con la suerte.

Por los parlantes se escucha We are the champions en versión sinfónica. Del edificio bajan los sonrientes dueños del caballo ganador, tres millones de pesos es el premio. El jinete posa para las fotografías de rigor con la certeza de que el 10% será para él.

La tarde avanza, el frío también. En el pasto una pareja de adolescentes contemplan la cordillera abrazados, mientras un niño les dice: “Ya, el número que va a ganar es… calmao que perdí la cuenta”.

De pronto un grupo de tres carabineros se acerca a un hombre que observa la pérgola. “Ese es bueno”, le dice el cabo Medel señalando un potrillo. El hombre en cuestión es Luis “conejo” Martínez, el chileno que triunfó en Nueva York con sus carros de maní. Los uniformados lo escuchan con admiración.

- Conejo, ¿y usted no tiene caballos? – le pregunta el más joven.
- Esos son los míos –dice apuntando al carro de maní- algo traen todos los días.

El hall sigue repleto de hombres mirando por la pantalla los caballos que desfilan a un par de metros, hay un bullicio generalizado en el epicentro de las apuestas. Don Jaime, el hípico inteligente, está ahí y dice resignado: “no he dado con ni uno”.

“¡Te aburriste de mandarte cagás Torres!”, se oye desde las graderías. El noble potrillo marcado con el número 8 posa con sus dueños, los mismos que bajaron a recibir otro galardón hace un par de carreras.

“Papi, ¿los jinetes se cambian de polera?”, pregunta un niño mirando a los caballos. El frío comienza a calar los huesos, el invierno se hace presente y es exclusivo para los que no son accionistas.

“Algo que sea”, le dice un infante a su padre. Minutos antes de que el sonido de las trompetas dé inicio a una nueva catarsis, la diferencia entre ganadores y perdedores volverá a ser por una cabeza.

martes, 4 de diciembre de 2007

domingo, 2 de diciembre de 2007

La fábula del espectro


Érase una vez un bosque país llamado Chile. En este espacio paradisíaco y suculento convivía la especie revistas con muchas otras: diarios, canales, radios y demases.

Para sus desdichas, esta raza arribó en lo urbano, alejándose de la tierra prometida de la paz. Así fue como en ese lugar encontraron a otros seres que aprovechaban su estancia y comían dichosos su carne.

Por la demanda del consumo, las revistas se reprodujeron rápidamente, diferenciándose unas de otras gracias a sus propiedades camaleónicas. Unas apuntaron para allá y otras para acá por el sometimiento de los gustos de la comunidad.

Luego, con el transcurrir del tiempo, los devoradores se embriagaron con el vino de la avaricia y creyeron que no bastaba con engullirlas: había que poseerlas.

Así en el menú muchas fueron parte del mismo platillo e hicieron eco de lo idéntico, se pusieron secas y por más que le pusieron aliños artificiales, perdieron su sabor.

Todos los días se les ve pasar, pero no atraen a los devoradores comunes y corrientes. Ellos quedaron fuera por la monotonía.

Estando a fines del ciclo de la producción de este Chile, una raza enviada osó a salir del lugar al que había sido desplazada, cortó la sutil pero poderosa cadena, atravesó ese mar que tranquilo lo baña y desafió en la clandestinidad a los poderosos.

La cebra está llegando para reconquistar.

La voz pintada de rayas negras y blancas se dispone a ser oída y entrar en letras por las venas del alcantarillado.

Recorre las calles, se esconde sigilosamente en los rincones de la ciudad”.

SOLIDARIDAD Y EMPATÍA A LA CHILENA

por Javier Bertossi Urzúa

Acaba de terminar la Teletón 2007, en la que se superó ampliamente la meta propuesta. Durante 27 horas millones de chilenos se pegaron al televisor y fueron al banco a depositar con el propósito de ayudar a los niños discapacitados y confirmar una vez más y ante las cámaras la ya institucionalizada “solidaridad del chileno”. Por supuesto que no es por aguar la fiesta, pero quizás sería bueno desmitificar levemente aquel concepto, el cual algunos ya asumen como parte de nuestra idiosincrasia, dejando al descubierto algunas situaciones cotidianas en las que el Homo chilensis no es tan solidario como cree. Y por cierto, vale recordar que solidaridad y caridad son términos que, aunque a veces se confunden, no significan lo mismo.

Situación emblemática: sobre la micro. No sólo pecan de insolidaridad quienes se hacen los dormidos para no ceder el asiento: también lo hacen aquellos individuos –por lo general señoras de edad avanzada pero tampoco tanto, definidas como “especimenes de vieja” por Leonardo Sanhueza en una brillante columna aparecida años atrás en LUN- cuya necesidad de sentarse no es en absoluto imperiosa pero intentan por medio de artimañas como pucheros y miradas sufrientes despojar a los más jóvenes de sus asientos legítimamente obtenidos. Egoísmo puro y duro.

Otro caso digno de ser tomado en cuenta es la que se da en los baños de los malls y otros lugares públicos. Particularmente en los servicios de hombres –única experiencia a la cual se puede referir el autor, por lo demás-. No es para nada inusual encontrar en los urinarios chicles y pedazos de papel higiénico dejados ahí por los poco empáticos “traviesos” de siempre, lo que constituye no sólo una falta de respeto sino también una humillación gratuita para los encargados de limpiar los baños, que deben retirar con la mano los simpáticos “regalitos” que les dejan.

Ejemplos como los anteriores hay miles; basta con salir a pasear un rato por Santiago, por ejemplo, para darse cuenta. No puede ser ignorada la importancia que tienen las relaciones entre las personas que cohabitan en un mismo espacio, ni tampoco la influencia que éstas tienen, en caso de no ser las óptimas, sobre el estrés natural que conlleva el vivir en una gran ciudad. Puede parecer insignificante, pero si las mejoramos aunque sea en cosas mínimas –como las que aquí han sido planteadas- nuestra calidad de vida aumentará.

Hay que ingeniárselas para hacer que las personas tomen conciencia de esto. Quizás una campaña de parte de los autoridades, a lo “Piensa Positivo”, no vendría mal. Desde humilde blog, y quizás ingenuamente, planteamos la idea. ¿Qué tal?

sábado, 1 de diciembre de 2007

LA FLORIDA EN UN METRO


Por Viviana Vega Barrera

Vía rápida, vía lenta. Santiago se mueve en el Metro, entre tubos subterráneos que van tejiendo redes inconclusas, pasajes entre pasajeros, pasajes entre historias. El Metro, ese tren bajo tierra y sobre el aire, es el responsable que día a día millones de personas se miren y no se reconozcan, se trasladen y se encuentren, se distancien y se busquen.

Las estaciones ya no son consideradas sólo como un lugar de paso para trasladarse a otro punto. Poco a poco se han ido transformando en un espacio de movimiento, en donde existen interacciones de todo tipo por parte de la población. Es un espacio de flujo, un “no lugar”.

Es el caso de Bellavista de La Florida, ubicada en la línea 5 del Metro, entre las estaciones Mirador y Vicente Valdés. Esta estación es una de las que tiene mayor flujo de pasajeros, pues posee conexión con el Mall Plaza Vespucio, uno de los centros comerciales más grandes del país.

Bellavista de la Florida tiene cuatro salidas al exterior y otras dos salidas anexas, una que conecta al Metro con el Terminal Intermodal y la otra al mall. En sus pasillos es posible encontrar desde un patio de comidas hasta un Bibliometro (Biblioteca del Metro que permite a sus usuarios registrados la solicitud de libros).

Uno de los pasajes es una especie de aperitivo a lo que se puede encontrar afuera, pues tiene un patio de comidas (más pequeño que el del shopping), centros de pago, panadería-pastelería, centro de revelado, pequeños negocios equipados para satisfacer necesidades, entre otros.

Además, esta estación logra un interés extra, por su intención de incentivar la cultura dentro de los cientos de pasajeros. Es así como entre medio de las boleterías se puede observar una historia completa de la comuna: Barrios con Historia, El Santiago de todos.

En la salida por Cabildo se encuentra una de las diez Bibliometro que existen en el mundo subterráneo, creadas para estimular la lectura en los usuarios de este medio de transporte. Muchos se acercan y salen con miles de letras en el bolso.

Al caminar por los pasillos que conectan al exterior, se puede encontrar, por un lado, la Municipalidad de La Florida y por el otro un supermercado. En sus alrededores hay centros médicos y de educación. Toda la vida podría ocurrir por aquí, o por lo menos todos sus “trámites”.

Bellavista de La Florida muestra un encuentro de personas tan diversas que a veces sorprende. Se puede ver madres con sus hijos, parejas, curiosos, turistas e incluso la presencia de grupos urbanos, entre los que destacan los reconocidos pokemones, quienes se reúnen cada vez que pueden en este lugar. “Cuando tenemos que juntarnos, todos vamos pa’l 14, tenemos todo ahí mismo, hasta la feria artesanal”, dice uno de los jóvenes de chasquilla alisada. La Florida es una de las comunas más pob

ladas de Santiago, donde la “clase media” va en aumento. Es una comuna que pareciera que siempre está “en obras”, construyéndose de a poco y a veces sin sentidos. Es una especie de campo minado que el Metro articula como si se tratase de una gran cuncuna, a veces aterradora. Vía rápida, vía lenta…. ¿se ha detenido alguno de ustedes en su estación?


LA DAMA EN EL TABLERO


Por Viviana Vega Barrera

Hoy la actividad de la mujer ya no es tan silenciosa como lo era hace unos cincuenta años en Chile, cuando se les intentaba con mayor fuerza situar en un rol más discreto que el de los hombres. La lucha por la equidad en el acceso a derechos entre ambos sexos la han dado las mujeres siempre, y eso hoy se refleja en el reconocimiento de la sociedad a su trabajo, que no sólo se limita a la familia.

Han superado esa barrera machista que les impedía surgir, que si bien es cierto aún está latente, cada vez es menor su intensidad.Ya no sólo se destacan en el ámbito privado -el cuidar de la familia y del hogar-, sino que han logrado una igualdad en los cargos que desempeñan –con diferencias aún marcadas, eso sí, sobre todo en el ámbito de las remuneraciones-, llegando a ser una de ellas la cabeza de una nación.

Incluso la misma Presidenta se ha referido en varias ocasiones a la igualdad de género, señalando que las mujeres merecen las mismas oportunidades que los hombres: “Lo más importante hoy día en Chile es que nadie duda que haya suficientes mujeres para ocupar esas u otras posiciones de liderazgo", dijo en una ocasión al referirse a su gabinete.

También en las calles del país nos encontramos con mujeres realizando labores que convencionalmente eran consideradas para hombres. ¿Cuántas veces nos hemos visto sorprendidos al subirnos a un taxi o colectivo y encontrar a una mujer al volante? Pareciera algo banal, pero si nos fijamos mejor son este tipo de actividades e inflexiones las que abren los espacios.


La igualdad de derechos entre géneros es relevante para la transformación social; sirve para promover la democracia, además de considerarse como un punto de encuentro. Es positivo que los enfoques evolucionen: la sociedad logrará un avance mayor en materia de identidad, ya no estarán tan definidos los roles en la sociedad, las fichas se pueden cambiarlas fichas se pueden cambiar.


Hace rato que las mujeres salieron de sus casas para entrar al orbe que cultural e históricamente era absolutamente para los hombres, quedando ellas marginadas, bajo un poder que no sólo se ejercía en el ámbito privado sino en el público y que aún sigue ejerciéndose. Es por eso que no debe sorprendernos si el poder está en manos de una dama; el poder ejercido desde lo femenino, por que, como bien se sabe, en un tablero de ajedrez la dama se mueve para todos lados.

lunes, 26 de noviembre de 2007

El desalojo dominical del comercio ambulante en el Parque Forestal:


DESFORESTANDO ENCUENTROS
Por Francisca Palma Arriagada

Lugares de encuentro hay muchos, unos más simpáticos y concurridos que otros. A pesar de las diferencias, el denominador común de estos recovecos dispuestos en la ciudad es la libertad: función y desprendimiento del carácter público. Lamentablemente en el Parque Forestal ubicado en la comuna de Santiago, algo perturba ese movimiento.

Cada domingo el centro de Santiago tiene ese vacío esplendor producido por la ausencia del ajetreo se
manal, la disminución de personas y el silencio por la baja frecuencia del transporte. ¿A dónde se fue toda esa gente? Algunos de los que decidieron volver a Santiago Centro no lo hicieron a los paseos monotonizados, encontraron otro lugar: el Parque Forestal.
Familias completas, parejas, solitarios, paseantes de perros, músicos, acróbatas y payasos confluyen clásicamente en este espacio dominguero. Una de las características reconocibles, además de la circulación de personas, es el comercio que se instala en las faldas de magno Museo de Bellas Artes. Con trapo en mano y producto en oferta, muchas personas se instalan a vender cachureos, ropa usada, zapatillas, música y enseres múltiples. No se podría decir que es un gran persa, no tiene su escala, pero es realmente notable la convocatoria que tiene.
Jóvenes, ancianos y niños son parte de estos momentos que los convierten en feriantes. A pesar de que haya algunos comerciantes discontinuos, esos que vienen por necesidad y exceso de tiempo, hay otros que constantemente están acá cada domingo. Artesanos y vendedores de algo en específico son reconocibles al venir más de una vez.
Aunque no ocurra todos los domingos, en oportunidades Carabineros está rodeando la zona y cuando les parece actúan. "No puedes vender acá, retire sus cosas o se las vamos a quitar" es la frase con que el hombre de verde se acerca pasivamente dando una advertencia. En grupos ellos recorren el parque sin la intención de pasear: quieren despejar el lugar, sacar a los vendedores.
El Parque Forestal es parte de la administración del Municipio de Santiago, por eso en eventos específicos un grupo de guardias particulares de la comuna son enviados a la zona. Al preguntarles porqué las personas eran retiradas, respondieron que "No tienen permisos municipales ni como comprobar que están pagando IVA". Esta respuesta coincide con la de la 1º Comisaría de Carabineros que está por cuadrante trabajando en ese sector: "el comercio ambulante debe ser retirado, está dentro de la ley"
Ambas entidades encargadas de la seguridad trabajan independientemente, la primera lo hace por ordenanza municipal y la segunda por labor propia. De todas formas coinciden en la manera de plantear el tema. "Las personas deben ser sacadas pero cuando hay prioridades como eventos, no se hace", afirman los guardias municipales, mientras que el cabo 2º Abel Insulza de esta comisaría reconoce que "depende de la situación, eso lo ve el encargado de servicio". En definitiva el desalojo de personas en el parque está condicionado: puede pasar como puede que los Carabineros circulen sin interrumpir este tipo de eventos. Lo que si, siempre habrá algún tipo de vigilancia.
La Municipalidad de Santiago y su Corporación de Desarrollo entiende la situación de otra manera. Son sacados porque "no tienen permisos". Lo que está pasando acá es considerado por el municipio desde el punto de vista económico; de los ingresos importantes que son perdidos al no ser cancelados los permisos pertinentes. Directamente y sin tapujos la Secretaria de la entidad, Karin Rietzch afirma que "el alcalde no quiere comercio ambulante". Si la situación pasa por una voluntad personal y no por el consenso de las personas que habitan la comuna, la situación se vuelve arbitraria.
Otro antecedente es importante es la política de "no al comercio ambulante" del municipio, que nade como consecuencia de la delincuencia que tipo de acciones acarrea. Es evidente que muchos de estos comerciantes estaban dedicados al pirateo de libros y de material audiovisual y musical, por eso además esta Municipalidad lanzó una campaña en el centro, en donde convergían este tipo de ambulantes. La idea es ir aumentando el cuadrante de este plan, es decir, que las actuales medidas que están siendo implementadas en el Paseo Ahumada y la calle Estado, con la consigna "Comprando en el comercio ambulante ilegal te arriesgas a ser sancionado", se vayan expandiendo. Aumentar el cuadrante significaría que pronto las medidas de seguridad se plan
teen también espacios como el parque.
A pesar de lo positivo de esta iniciativa, el concepto de ilegal y de ambulante está siendo tergiversado. Los jóvenes que esporádicamente se posan en el Forestal no están vendiendo nada pirateado, sólo no están pagando impuestos por realizar esas transacciones y desafortunadamente en la agenda municipal "no hay ningún proyecto abocado al rol de identificar comerciantes"
Pero no sólo relaciones comerciales son las que se ven afectadas en este afán de sacar a las personas, los encuentros sociales y culturales que surgen a partir de esta feria de las pulgas están siendo limitados. Al ser consultados en la Municipalidad acerca de factores sociológicos y de la tradición que estaban siendo pasadas a llevar, la respuesta fue sólo que "se dan otros espacios para eso".
Algunas de las cosas que juegan en contra para defender a este honorable pulguerío, son la presencia del consumo de alcohol y la venta de marihuana. Esto ocurre a vista y paciencia de todos. Y como dice el cabo Insulza, esto ocurre "en un espacio familiar". Esa es una causa por la que reconoce que se mantienen "pasivos pero son los mismos vecinos los que reclaman". Según él la principal causa por la que las personas son llevadas es porque "se han opuesto a la acción de Carabineros, son cosas que se dan en el momento. Si hay dos carabineros no se puede proceder, pero si se logra cumplir, se va a proceder". El ser detenido es sólo una posibilidad. Lo que se hace es llevarlos a la comisaría, comprobar el domicilio del detenido, para luego dejarlo el libertad.
Es evidente que la seguridad ciudadana y los eventos familiares son los que deben primar en la utilización de este tipo de lugares, pero no se puede dejar de considerar que las relaciones espontáneas y las ocupaciones de ciertos espacios tienen causas que deben ser tratadas. Determinar y privar las libertades de los ciudadanos por medidas económicas no es lo más adecuado, más aún si no se ha considerado en ningún momento los factores socioculturales. Por otra parte, tampoco es justificable que las personas se aprovechen de estos lugares y los utilicen como escenario de este tipo de acciones. Ambas partes deben ceder para que este espacio sea bien utilizado y por consiguiente, sea beneficioso para todos. La libertad ciudadana debe ser retribuida para que se genere una reciprocidad.





Artista urbano:

ESCENARIO SOBRE RUEDAS


Por Andrea Cortés Saavedra


Esperando que este ratito de música sea de su agrado, le traiga armonía y distracción en su viaje”. Estas son las palabras que se oyen de un trovador al interior de una micro con una multitud a veces displicente, otras veces atentas y otras con una gran cuota de respeto y emoción.

Carlos Cáceres canta, muestra el arte de la trova y el neofolcklor. Espera que la micro se detenga, muestra su guitarra al conductor, éste asiente con un movimiento de cabeza y Carlos sube; se sitúa en el centro de los viajeros, describe su oficio y comienza a cantar. Muchos lo observan y escuchan detenidamente, otros continúan pendientes de sus lecturas o de la música propia que llevan consigo.

Puede que llame la atención su apariencia, 35 años de vida poco notorios, su aspecto revela una tendencia hippie: jeans claros y cortos; pelo castaño claro y largo – hasta la cintura- tomado con un elástico negro y un morral en el que depositaría las monedas que le darán los oyentes.

Dispuesto en el centro de la micro, con la ventana a sus espaldas, con la guitarra bien afirmada y con un semblante concentrado da paso a su segunda canción. Mucha gente mayor le sigue la letra y canta para sus adentros, así bajito y absorta en un recuerdo antiguo que – quizá- la misma canción evoca.

Carlos finaliza. Entrega el nombre de los temas cantados y de sus respectivos intérpretes. Llega el momento de la aportación voluntaria, es su primer viaje en el día (15:34 horas), ya que hoy ha salido tarde. Su otro trabajo impide que se dedique por completo al canto popular, su labor en el taller de mecánica obliga a que sean menos horas en las micros, ya no cómo en el principio, cuando tenía 18 años y recién había comenzado a subirse a las micros y cantar. Agradece la atención, manifiesta la alegría de entregar “ese ratito de trova y canciones del ayer” y sube el escalón para ir en busca de alguna cooperación. Se despide, espera la parada y se marcha.

Cobijado del sol vespertino en el techo del paradero, cuenta lo recaudado. Entre sus dedos se perciben escasas cuatro monedas de cien pesos. Él lo confirma, ese horario no es de los más fructíferos. Cuenta que en los mejores viajes logra reunir alrededor de los dos mil pesos y que ocurre cerca del anochecer o cuando las micros se encuentran “platiaditas”, es decir, con todos sus asientos ocupados y con otras pocas personas de pie, cosa que nadie se cubra con otros y así accedan a entregar alguna moneda.


212,104,102,106 y 108; son las líneas que recorren Puente Alto, La Florida, Macul, Nuñoa e incluso unas llegan hasta Providencia, encargándose de ser los sitios que forman parte del itinerario laboral de Carlos. Él permanece en ellos no más de diez minutos, cantando dos o tres canciones, dependiendo
de la duración de cada una.

A lo lejos se divisa un bus verde con blanco. Es hora de continuar la travesía por las avenidas de Santiago. El mismo ejercicio una y otra vez. Muchos rostros observados; una que otra felicitación al cantante por su linda voz y sus gratas canciones; un sorprendente saludo de un matrimonio de abuelos que escuchaban el canto dentro del jardín de su casa y que lograron percibir la cantata gracias a la parada del bus; y unos cuantos aplausos de -generalmente- adultos mayores que vibran con algún tema interpretado.

Así se halla en el paradero que hace trasbordo con el Metro en la estación Macul, sitio donde siempre los artistas hacen escala para cambiar de micro. Por eso suele ser lugar para el encuentro entre muchos cantantes con algunos vendedores ambulantes y con algún desempleado que asciende en el transporte para contar la injusticia de su despido y pedir algún aporte monetario.

Es ahí donde se logran percibir esos códigos que mantienen y manejan entre ellos. Conocemos que respetan turnos por orden de llegada en la espera de la siguiente micro. Sabemos, también, que hay momentos en que “hacen la mesa”, o sea se detienen en su ruta y le cantan a las personas que comen en algún restaurante de los sectores de Irarrázabal o Plaza Nuñoa. Y nos percatamos de las conversaciones sobre la “manga” de la micro anterior, es decir, de cuánto se recaudó con los pasajeros.


Así transcurren alrededor de tres horas y en ellas muchos cambios de líneas – 16 micros- y esperas en los paraderos. Carlos toma su credencial adquirida en marzo para la nueva organización que traería el naciente plan de transportes, la muestra al conductor que se detiene en búsqueda de pasajeros, asciende y detrás de él se cierran las puertas. Se oye un rasgueo de las cuerdas de su guitarra y la letra de Soy un corazón tendido al sol, de Víctor Manuel. Así la micro se marcha y en el aire quedan estas palabras cantadas:
Aunque soy un pobre diablo se despierta el día y echo a andar... invencible de moral, qué difícil es buscar la paz.

domingo, 25 de noviembre de 2007


¿QUÉ SERÁ DE TI?

Por Andrea Cortés Saavedra

No ha sido olvidado. Hace 55 años sus pasos se perdieron por algún lugar no explorado. El camino hacia algún destino no compartido ya comenzó hace tiempo y con ello el anhelo de volverlo a ver y saber cuales han sido sus detenciones.

Marcelo Riveros, desapareció cuando tenía 28 años y finalizaba el estudio de medicina. No se sabe de él hace ya 55 años, ni un rastro ha quedado. Sin embargo, resulta inquietante descubrir que existe ya una resignación, que la causa se da por perdida.

María Carrasco es una anciana de 80 que comparte una historia con aquel hombre. A los 11 años debió salir de Chillán, luego del terremoto (1939) para emprender nuevas sendas. Así llegó a Santiago con el fin de estudiar, gracias al apoyo que le daría una benevolente familia. Pero las cosas no fueron como se habían planeado y María tuvo que trabajar en la casa donde la alojaban y postergar estudios que nunca terminó .

Así permaneció en esa vivienda por varios años y mantuvo una secreta relación de pareja con el hijo de su patrona: Marcelo Riveros. Lo acompañó desde la distancia en sus sacrificados estudios y nadie supo que mantenían un vinculo especial. La relación se mantuvo en las sombras debido a la inclemente percepción de la familia ante cualquier relación de dos personas separadas socialmente y menos aun permitirían que al futuro médico le interesase la “nana huasa” de la casa.

Así, María un día decidió cambiar su vida y marcharse, agradecida de lo contribuido por la familia y dejando atrás esa historia de amor que nunca hubiese sido aceptada. Se casó con otro hombre y formó una familia. Pero el recuerdo permanecía en su mente. No dejaba de evocar esa relación pasada. Fue así como ya con muchos años en el cuerpo y su esposo ya fallecido inició la búsqueda de aquel hombre. Pero cuál fue su sorpresa al enterarse que el joven –ya médico- había desaparecido, no quedaba rastro del él, ni se tenía idea de su destino.

De ahí que la angustia reinó su morada, nadie se explicaba el por qué de tanto sufrimiento, sin embargo María no reveló sus razones, no tenía intención de confesar lo que hubo entre ellos.

Con el conocimiento de su desaparición utilizó muchos medios para encontrarlo. Se acercó nuevamente a la familia de Marcelo -a pesar que en María permanecía el resentimiento debido a lo despectivos que fueron con ella- que no entregaba indicios de su posible paradero. Presentían su muerte, reconocían una ajetreada relación de amor con una enfermera, lo que habría causado celos en un tercero con el consiguiente arrebato y estocada de muerte. También postulaban que hubo un incendio intencionado- dados los mismos argumentos de la teoría anterior- y que Marcelo habría muerto en él.

Con esas vagas señas, María decidió emprender su propia búsqueda, alejándose de la familia del desaparecido y rompiendo los endebles vínculos que había retomado. Fue así que comenzó su propia averiguación. Investigó en variados hospitales (San Juan de Dios, Arriarán, Barros Luco) y no halló vestigio. Se acercó a una tarotista que le dijo que Marcelo estaba vivo, pero inválido luego de un accidente y que permanecía oculto por su propia voluntad. Buscaba, preguntaba, caminaba y fracasaba, repetía el ejercicio una y otra vez pero sin éxito. Hasta que las preocupaciones de su propia vida fueron prioridad y abandonó la búsqueda.

Ya con 80 años, y como ella misma reconoce, con imposibilidad de retomar cualquier indagación, trató de olvidar el asunto. Sin embargo un sueño de golpe la hizo volver a pensar en aquel hombre perdido. En él, ella veía a Marcelo que le tomaba la mano y la llevaba al patio 5 del Cementerio General, diciéndole que se encontraba enterrado allí. En su momento dio importancia al hito, pero ya con el paso de los días le bajó el perfil y prefirió tomarlo como una ensoñación que alteró su eterna lucidez.

Ahora, sin olvidar a Marcelo, permanece vinculada sólo a su familia, otorgando absoluta prioridad a su propio hogar. Pero de vez en cuando piensa cómo hubiese sido todo si el muchacho estuviera cerca y todos supieran lo que ocurrió entre ellos.

Por eso no resultaría extraño escuchar estas estrofas de Roberto Carlos y pensar en su historia: Qué será de ti, necesito saber, hoy, de tu vida. Alguien que me cuente sobre tus días, anocheció y necesito saber... Que será de ti, cambiaste sin saber toda mi vida motivo de una paz que ya se olvida...


Las calles de la Capital:
ENTRE LA CONCENTRACIÓN Y EL COMERCIO

Por Nicole Vergara Domínguez

¿Qué tienen en común las calles de Patronato, San Diego y Diez de Julio? Fue la pregunta que se les hizo a los transeúntes, que con paso acelerado, caminaban por el centro de la capital.

- Mmm que en las tres se venden cosas- responde una joven que toma un helado para capear el calor.
- ¿En común? No sé. En Patronato se vende ropa, en San Diego libros y en Diez de Julio… ¿Qué venden en Diez de Julio? Pregunta intrigada una abuelita de 76 años.
- Que en las tres calles se venden artículos: ropa, libros y repuestos pa’ los autos- dice atinadamente un hombre que mira concentrado como los obreros arman el árbol de navidad en plena Plaza de Armas. ¿No cree que es demasiado pronto? señala desconcertado.

Para nadie es un misterio que la existencia de calles en el Gran Santiago que se especializan en la venta de artículos similares facilita la compra de los consumidores y la producción de los comerciantes. También ayuda a conformar un fenómeno más bien frecuente en nuestra capital: el desarrollo de barrios cada vez más concurridos.



Patronato se viste, literalmente, de lo que la temporada trae consigo: poleritas, faldas pescadores, vestidos, sandalias y cuanto accesorio uno imagine.Las niñas del sector insisten en los “cinturone a la moda, cinturone a la moda”, carteras, aros, anillos, pinches y pañuelos sólo por nombrar algunos. Tantas tiendas con prendas en las vitrinas o en la calzada hacen que los compradores se concentren en las estrechas calles del sector.

En un principio sólo Patronato contó con este tipo de comercio, luego Antonia López de Bello, Dardignac y Santa Filomena se ajustaron a la demanda de la vestimenta y proporcionaron sus calles a la industria del vestuario.

Lo mismo ocurre con Diez de Julio (ex Huamachuco) y Brasil en Santiago Centro. En este caso los repuestos para autos se toman el lugar: neumáticos, llantas, venta de espejos retrovisores, gomas para el piso y uno que otro arreglo al vehículo es lo que se ofrece.

Pero esta centralización de servicios no es la única. En Santiago es posible observar más avenidas que concentran establecimientos con los mismos productos.



Rosas (entre Estado y Morande), por ejemplo, exhibe múltiples artículos de costurería y manualidades: cintas, blondas, botones, hilos y cierres de todas las tonalidades. Además de distintos tipos de tijeras, cartulinas, objetos de mimbre, mostacillas y broches.



Ir en la mañana a algunas de las galerías del lugar puede resultar sencillamente agotador: las tiendas saturadas de gente, en su mayoría mujeres, comprueban lo conveniente que es tener un local al lado del otro. “Aunque siempre está lleno, es bueno que estén todas las tiendas juntitas. Si en una no encuentro lo que necesito, no tengo que ir pa’ otra parte…” dice Carolina.

El pasaje Bombero Salas Tenderini, entre la Alameda y calle Moneda, también ofrece repuestos y reparaciones. ¿De qué? Jugueras, aspiradoras, cocinas, lavadoras, estufas y otros cuantos electrodomésticos indispensables para el hogar. También se puede encontrar la “Casa de la Olla”, local destinado a todos los tipos y tamaños de vasijas.

La avenida Independencia y la calle Bandera también se caracterizan por conformar esta especie de barrios concentrados. Telas y más telas es lo que se vende en las primeras cuadras desde Mapocho hacia el norte. Mientras que en los locales de Bandera se puede encontrar, con una dosis de paciencia, lo más barato y variado de ropa usada: “2 x 1000” y el típico “gran remate gran” son algunos de los cartelitos que se ven desde la calzada norte.

Pero ¿Qué ocurre con esta concentración de productos? ¿Está limitada sólo al impulso y desarrollo del comercio? La respuesta parece simple. Y es que la congregación de personas entorno a la compra y venta de artículos no sólo remite a la comercialización, sino también a la utilización del espacio público como lugar de reconocimiento, punto de encuentro y esparcimiento para los santiaguinos. Reconocimiento que se crea en los parámetros que establece la gente en conjunto con los comerciantes, conformando así una relación de identidad con los espacios, lo que permite la obtención de sus respectivos nombres: "el barrio de..." o "la calle de...".


Link recomendado:



FICHAS PANORÁMICAS


Aquí encontrarán recomendaciones de nuestros entrevistados y podrán conocer sus gustos y un poco más.


Alberto “Gato” Gamboa
Periodista

§ Un lugar de la ciudad para recomendar:
un restorán de comida italiana en Ñuñoa. Un local como decimos los rotos: "la raja". No hay mejor parte.
§ Plato favorito: los tallarines y la carne.
§ Domingo es sinónimo de:
descanso, de pasarlo bien con mi familia. Ya no me gusta el chacoteo en la calle, el carrete.
§ Placer culpable:
hay muchos, mejor guardarlos.
§ Tenido favorita:
yo opino poco porque me las elige mi mujer.
§ Lo que nunca harías:
votar por la derecha, traicionar a un amigo y dejar de ver un buen partido de fútbol.
§ Si yo te digo Santiago: mi cuna. Nací en Santiago, vivo en Santiago. No lo cambiaría por ninguna ciudad de Chile ni del mundo.

***

Augusto Góngora
Periodista

§ Un lugar de la ciudad para recomendar:
los sábados en la mañana el barrio Bellas Artes que está precioso. Hay cafés, internet, librerías, tres o cuatro museos alrededor, casi no pasan autos, se camina. En esta época de primavera es ideal.
§ Plato favorito: puré con huevo frito.
§ Domingo es sinónimo de:
hacer deporte, de fútbol. Y a la hora del crepúsculo estar afuera, en algún lugar que uno sienta como a la ciudad le van cambiando los colores.
§ Placer culpable:
ninguno, los placeres son placeres. Trato de no sentirme culpable con ningún placer.
§ Tenida favorita:
jeans, zapatillas y polera.
§ Lo que nunca harías:
estar en la política.
§ Si yo te digo Santiago:
verde, verde, verde. Santiago tiene una increíble cantidad de verde, hay árboles, plazas.


STENCIL: OTRA FORMA DE EXPRESARSE

Las calles de la ciudad ya no son las mismas, ahora distintas imágenes le imprimen un toque de color y estilo. Aquí las experiencias de dos stencileros, uno a cada lado de la cordillera.
Por Catalina Brunetti Casas-Cordero

STENCIL: técnica de decoración en que una plantilla recortada en una zona es usada para aplicar pintura con la forma de esa zona.
“Primero por la historia que tenía hacer stenciles, como medio de expresión revolucionario, después por una cosa de estética, hacer un stencil tiene su trabajo para que se vea bien”, así responde César Canelo, de 24 años al preguntarle por qué decidió fabricar sus propios diseños de stencil.

Hace cuatro años, este diseñador gráfico residente en Santiago comenzó a interesarse por estas plantillas. Para hacerlas él utiliza mica, radiografías o cartón; las imágenes las arregla en el photoshop, las imprime, las pega al soporte y luego las corta. Después sólo tiene que encontrar el lugar adecuado para mostrar su obra.

Mientras, en Buenos Aires a “RbR”, como él mismo se apoda, de 35 años, también le llamó la atención expresarse mediante plantillas y aerosol. “Es una manera de comunicarse con los demás, pero mediante imágenes. Puedo dejar en una esquina una idea y ésta puede ser leída por cientos de transeúntes en un día. Puedo compartir una imagen que me guste con los demás”.

Existen plantillas con distintos tipos de figuras o frases, algunas son más contestatarias y críticas a la sociedad, las que muchas veces utilizan logos de conocidas marcas, pero con variaciones, las que de forma creativa dan lugar a una reflexión. En el caso de César, él responde “siempre trato de dar un mensaje con mis stenciles, al cual también le agrego algo artístico, siempre ocupo figuras reconocibles por la gente para que lo puedan entender (marcas, personajes)”. Y para RbR “el fin es la expresión. Ya sea artístico/visual o político/social. Creo no estar encasillado en un estilo único, transformo la imagen de la estatua de David y le agrego un mate o pinto el congreso de la nación y le agrego letras zetas evidenciando que los políticos duermen en vez de trabajar. Trato de copiar algún cuadro que admire, o simplemente pinto alguna forma abstracta”.






Pero, al no tener espacios definidos para exhibir sus trabajos ellos mismos deben conseguirlos, “cuando nos juntamos un grupo tratamos de buscar algún lugar amplio y hablar con el encargado y pedirlo, pero cuando voy solo donde pille un lugar visible aplico stencil”, dice César. Y por su parte, RbR cuenta que “Primeramente intento no estropear paredes cuidadas o históricas. Cuando se encuentra un lugar, se lo aprovecha, pero obviamente es mejor pintar (por dar un ejemplo) el stencil del congreso justamente frente al Congreso de la Nación Argentina (como ya hice), que pintarlo en un callejón donde casi nadie lo vea. Otro lugar frecuente para pintar, son los lugares en donde ya hay mas stencils, con esto se crea una especie de comunicación entre los distintos grupos de stencileros”.

Y agrega una anécdota que le ocurrió: “Estaba pintando la pared de un edificio del poder judicial de la nación, apareció la policía y me preguntó que estaba haciendo; “ARTE” le respondí, el policía me dijo que desapareciera. Agarré mis aerosoles y ahí quedó en la pared el stencil a medio terminar”.

Ninguno de los dos cree que el stencil sea una tendencia en aumento, pero para César ahora se nota más. También, “muchos jóvenes descubren la técnica, la utilizan y luego la abandonan”, agrega RbR.

A pesar del trabajo y el tiempo que implica realizar este arte, RbR añade “no se de nadie que pueda “vivir de stencil”, pero se que si uno deja el stencil callejero de lado y lo transporta a un evento, una publicidad, una tienda, etc, deja dinero”. Sin embargo, César espera “llegar a viejo haciendo esto”.




EL LIBRO DEL STENCIL
Mediante un proyecto financiado por el Fondo del Libro, a fin de año
se publicará un libro con la historia del stencil, además de fotografías de stencilistas nacionales e internacionales.

Más info en http://www.santiagostencil.cl/





LA VIDA ENTRE VITRINAS

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Las cada vez más ignoradas galerías comerciales de la capital se levantan como recuerdos que van quedando de un pasado no tan lejano en una ciudad algo amnésica. Los primos pobres del Portal Lyon. El Caracol Ñuñoa Centro, lugar que pasa desapercibido con facilidad, es uno de ellos.

Por Javier Bertossi Urzúa

“La galería es un territorio de apariencias. Los que vienen a comprar pueden creer que somos solamente gente que vende cosas, que cuando cerramos el negocio desaparecemos. Pero nosotros sabemos que somos mucho más que negocios, que detrás de nuestros mostradores tenemos alguna que otra historia que, aunque no sea gran cosa, vale la pena contar”.

Con esta frase comienza El abrazo partido, película argentina del año 2004. Quien la pronuncia es el protagonista, Ariel, un joven cuya vida transcurre entre los locales de una galería comercial. En Santiago, a 1.590 kilómetros del Buenos Aires de la cinta, también se pueden encontrar todavía estos lugares impregnados de una atmósfera tranquila y también de cierta monotonía.


Son las cinco de la tarde de un día de semana. El pavimento de Irarrázaval arde bajo el constante tráfico y el inclemente sol de esta hora. Entrar al Caracol Ñuñoa Centro, ubicado en la esquina con Pedro de Valdivia, es como atravesar un portal hacia otra dimensión. O casi. Gracias a un eficiente sistema de ventilación o a esas casualidades de la vida, afortunadamente adentro no se respira el mismo aire pesado del exterior, y el tan santiaguino ruido de los autos y las micros que transitan por la avenida queda parcialmente neutralizado por la música ambiental estilo big band que sale de algún parlante estratégicamente ubicado. Es un día como todos.

El habitual apuro con que se mueve la gente por la calle también parece haberse esfumado dentro de los dos caracoles que componen la galería. Un puñado de posibles compradores camina por los pasillos, mirando las vitrinas sin entusiasmo, como sabiendo de antemano que no encontrarán en ellas nada interesante. Liquidadoras de juguetes usados, tiendas de chucherías Made in China, libros autoeditados, ropa económica y hasta un par de modestas corredoras de propiedades, entre otras, una al lado de la otra esperan con paciencia oriental la llegada de alguien y de su dinero. Los vendedores matan el tiempo y el aburrimiento de las formas más diversas: hay quienes conversan, otros hablan por teléfono, algunos juegan PlayStation, e incluso no falta el que duerme muy plácido una siesta.

Para no pocos es un misterio el cómo aún logran sobrevivir estas tiendas, considerando la relativamente baja afluencia de público a las galerías en general y sobre todo luego del surgimiento y consolidación de los malls a partir de la década pasada. La respuesta podría ser más fácil de encontrar de lo que parece: se trata de establecimientos comerciales que cuentan con una clientela estable compuesta por caras conocidas –las múltiples peluquerías existentes en la galería, el mejor ejemplo- y de negocios especializados que trabajan con artículos bastante específicos, como es el caso de la tienda de los scouts o de los dos locales que venden equipamiento para hockey en patines.

Aunque aún queda casi un mes y medio para Navidad, la galería ya cuenta con la tradicional decoración de estas fechas: ramas de pino plásticas y lazos rojos dispuestos en las barandas. Una versión de Nel blu dipinto di blu, clásica canción italiana de los años cincuenta, interpretada por una orquesta de jazz resuena en toda la galería, como la banda sonora de una película de incierto final. La tarde soporífera. El sudor pegado al cuerpo. Una joven se aburre tras un mostrador. Una vendedora entra y sale de la tienda vecina riéndose a carcajadas. Un atribulado padre llama por teléfono para saber qué era lo que le habían encargado: ¿pantalón de buzo o buzo completo?

La vida, aunque parezca estar en pausa, continúa.

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->PELÍCULARECOMENDADA
El abrazo partido. Argentina/España/Francia/Italia, 2004. Director: Daniel Burman. Con Daniel Hendler, Adriana Aizenberg y Jorge D’Elia.

->LUGARRECOMENDADO
Caracol Ñuñoa Centro. Av. Pedro de Valdivia 3462, esquina Av. Irarrázaval. Ñuñoa.

¡ !

Plaza de Almas

En sus inicios se llamó Plaza Mayor como en España, pero a seis meses de su fundación un violento ataque indígena cambió para siempre su nombre y su carácter…



P l a z a de A l m a s
Por Nicolás Rojas I.

Algunos rayos de luz acarician tímidamente a las personas que ocupan los asientos de la remodelada plaza. Jóvenes, cesantes, ancianos, peruanos, señoras con bolsas que se han detenido a descansar antes de seguir el vitrineo. Frente a la catedral se alza un enorme árbol de pascua, aún lo están instalando, pero ya se pueden ver las pelotitas rojas con Coca-Cola como único texto. Un pino nevado en verano, en el centro de la depresión intermedia. Un pino sintético auspiciado por la poderosa trasnacional de bebidas. Suenan un par de bocinazos, es casi mediodía y un furgón de Carabineros permanece estático frente al correo. Los uniformados analizan cuidadosamente el entorno. Los casi folclóricos lanzas están dispuestos a actuar preferentemente ante los descuidados turistas “gringos” que fotografían con precisión y asombro la realidad tercermundista: Galerías llenas de oscuros cafés con piernas -y algo más- , pintores instalados en la calle, peruanos asilados en la misma cuadra donde vivió el conservador Diego Portales, obesos humoristas ex drogadictos, hombres mutilados semi desnudos pidiendo limosna afuera de la catedral. De un instante a otro las miradas se orientan hacia las torres del principal templo capitalino, las campanas entonan la canción de la alegría, ¿será un casete o habrá alguien tocando las campanas?

De seguro hacia 1541 no habría canción de la alegría por varios motivos. El primero de ellos es que la composición se ubica un par de siglos más tarde, y el otro es que cuando Pedro de Valdivia y sus secuaces llegaron a este lugar no existía nada que se asemejara a la realidad hispana. Una de las primeras órdenes del conquistador fue levantar el árbol de la justicia (donde se amarraba a los delincuentes, indígenas y negros condenados a penas de azotes).

Y es que la “nueva Plaza de Armas” ha sido sujeto de diversas críticas. El estilo de plaza provincial quedó en el pasado, ahora el kilómetro cero de la capital cuenta con una explanada que une el paseo Ahumada con Puente. El nombre de este último se debe a su cercanía con el antiguo Puente de Calicanto (en el que se usaron más de quinientas mil claras de huevo para unir la piedra y el ladrillo).


Siguiendo las campanas es momento de entrar a la catedral, una apoteósica construcción que data de 1830. Serán unas cien personas las que siguen el monótono Ave María. Otras cien recorriendo los rincones del edificio. De todos los santos los chilenos son los que parecen más “buena onda”, Alberto Hurtado sonríe y extiende sus brazos. Detrás de la virgen María – y su aureola hecha de ampolletas de bajo voltaje - un pequeño cartel hecho a mano advierte: “POR SU SEGURIDAD ESTA IGLESIA CATEDRAL CUENTA CON CIRCUITO CERRADO DE TV”. La globalización, al igual que Dios, está en todas partes. En el altar de San Pedro, pasa casi inadvertido un travieso ángel pateando el trasero desnudo de un colega. Otro consejo: “SEA RESPETUOSO, NO ESCRIBA EN LOS ALTARES-PAREDES. HACERLO ES UNA SEÑAL DE PÉSIMA EDUCACIÓN”. Tras el altar principal se esconde un gran pesebre de madera, encerrado en rejas de fierro forjado. Cientos de turistas europeos miran con desinterés al entusiasmado guía turístico. Mal que mal están en el pirateo mismo de sus templos. A un lado de las puertas de acceso hay manos de mármol que, al tocarlas, sueltan un suave chorro agua bendita. Al salir hay un mundo distinto, el popular “turrón” cuenta chistes rodeado de escolares. En los alrededores de la plaza de armas hay aproximadamente 200 arrestos diarios, sin árbol de la justicia.

Historia urbana
La ciudad fue bautizada como Santiago del Nuevo Extremo en recuerdo del apóstol Santiago, patrono de España, y de la región de Extremadura (de donde provenía Pedro de Valdivia).

En los tiempos de la Colonia, en la Plaza de Armas, se realizaban corridas de toros, ejercicios de compañías a caballo, y mercados de vendedores ambulantes que ya preocupaban a las autoridades del Cabildo en 1613.


Plaza de Almas de Santiago

El rostro humano de la plaza, a más de 400 años de su fundación, parece plasmarse de la misma forma que en sus orígenes. Tiene algo de mercado, de imponentes instituciones, de centro urbano, de tintes de arrogancia racialmente mestiza.

Según Óscar Meza, pintor de la plaza hace 22 años, este lugar es “un punto de encuentro, el centro de la ciudad (…) Yo creo que la Plaza de Armas desde los tiempos de la colonia, siempre ha sido lo mismo. Es la misma gente, siempre se comportan igual”.

“No es la Plaza de Armas de antes, aquí se venía a sentar gente Chic, era un lugar ideal para conversar donde no había bulla. Hoy no, hoy está muy popular, la prefiero como antes” cuenta con tranquilidad la señora Elba quien, mientras contempla las palomas, saca a relucir con orgullo sus 80 años de vida.

Cercano a la pileta central está, hace 20 años, Luis Maldonado. Dice que heredó la tradición de su familia, con su cámara de cajón que, aunque el lector cebrino no lo crea, aún funciona: “La plaza es un lugar de trabajo. Aunque el día domingo ya no se puede estar, mucha bulla. Antes tenía más lugares para fotografiar a la gente, ahora no hay nada dónde tomar. Y cada vez es menos lo de los caballos, el caballo ha quedado en el pasado. Si coloco el caballo y coloco al Barney más allá todos los niños se van a tomar una foto donde el Barney, así se va a morir la historia”. Hoy por hoy el negocio de las fotografías vive una crítica situación, y Luis piensa seriamente cambiar de rubro: “Ayer me fui con 3 lucas, estoy lleno de deudas” argumenta con impotencia. Su voz se diluye ante el frenético discurso de una mujer evangélica. Es baja, viste formalmente, su pelo teñido rubio y la Biblia en la mano parecen ser las características más destacables. “Todos los que pasan por ahí (apuntando inquisidoramente al paseo Ahumada) están muertos, porque cuando venga nuestro señor todos los que no crean, morirán”. Llega una pareja de peruanos y Luis acude a fotografiarlos. “Un minuto de suerte”, confiesa contento antes de partir.

Los relojes marcan las 13.00 horas. “Estoy en colación” deben pensar cientos de oficinistas que salen raudos a recorrer los paseos del centro buscando restaurantes baratos de fast-food. "Son como hormiguitas" dice un anciano pintor. La historia es cíclica: los fusiles han desaparecido, los indígenas también. Hoy la lucha es la misma, la subsistencia en el subdesarrollo.

Bibliocebra

SANTIAGO calles viejas de Sady Zañartu (1934, Ed. Nascimento) es un interesante libro que recoge los orígenes de los nombres de las calles de la ciudad. Tras leer estas páginas el lector se encontrará con apasionantes historias que ayudarán a reconstruir nuestro olvidado pasado urbano.

Cebramigos

Luis Maldonado, fotógrafo
Plaza de Armas de Santiago

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