“Érase una vez un bosque país llamado Chile. En este espacio paradisíaco y suculento convivía la especie revistas con muchas otras: diarios, canales, radios y demases.
Para sus desdichas, esta raza arribó en lo urbano, alejándose de la tierra prometida de la paz. Así fue como en ese lugar encontraron a otros seres que aprovechaban su estancia y comían dichosos su carne.
Por la demanda del consumo, las revistas se reprodujeron rápidamente, diferenciándose unas de otras gracias a sus propiedades camaleónicas. Unas apuntaron para allá y otras para acá por el sometimiento de los gustos de la comunidad.
Luego, con el transcurrir del tiempo, los devoradores se embriagaron con el vino de la avaricia y creyeron que no bastaba con engullirlas: había que poseerlas.
Así en el menú muchas fueron parte del mismo platillo e hicieron eco de lo idéntico, se pusieron secas y por más que le pusieron aliños artificiales, perdieron su sabor.
Todos los días se les ve pasar, pero no atraen a los devoradores comunes y corrientes. Ellos quedaron fuera por la monotonía.
Estando a fines del ciclo de la producción de este Chile, una raza enviada osó a salir del lugar al que había sido desplazada, cortó la sutil pero poderosa cadena, atravesó ese mar que tranquilo lo baña y desafió en la clandestinidad a los poderosos.
La cebra está llegando para reconquistar.
La voz pintada de rayas negras y blancas se dispone a ser oída y entrar en letras por las venas del alcantarillado.
Recorre las calles, se esconde sigilosamente en los rincones de la ciudad”.
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